Hoy me detuve en tu boca roja,
y el tiempo, sin aviso, se desvaneció.
Me perdí en tu cabello rosa
y salí de mí, de todo lo que fui.
En tus manos —que iban y venían—
como si conjuraran secretos,
me quedé, hipnotizado.
Me sumergí en tu enojo,
para absorberlo en mi pecho
y dejarte liviana, en paz.
Me traes calma en los días temblorosos,
como un faro suave que no busca ser visto,
pero siempre está.

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